martes, 31 de marzo de 2009

LA ESTRATEGIA

Juan tiene ocho años y Lautaro siete. Juan, por falta de concentración en la escuela ha llevado a casa dibujada en su cuaderno de comunicaciones, una carita triste; lo que viene representando un llamado de atención de su maestra la Srta. Andrea. Cuando el pequeño llega a su casa de regreso de la escuela, su madre lo castiga impidiéndole ir a jugar a casa de su amigo y vecino Lautaro. Pero Juan se escapa de su casa en horas de la siesta hacia la casa de Lautaro saltando el paredón.
Mientras se divierten jugando en el fondo de la casa, rompen el vidrio de un gran ventanal de un pelotazo. Solo por un momento los niños se quedan paralizados en el tiempo, tienen miedo. Ocurrido esto, Juan regresa como un fugitivo a su casa dejando solo a su amigo, su amigo lo deja ir, porque sabe que si los descubren no podrá ver más a Juan saltar el tapial del fondo para jugar, y esa posibilidad le duele más que otro castigo. Lautaro siente que Juan es el amor de su vida, que por estar con él podría no solo a aprender a jugar al fútbol, sino que podría también olvidar el mandato que señala su buena educación: “no mentirás”. El pequeño asume la responsabilidad solo. Es reprendido por su papá y puesto en penitencia. Juancito se siente un criminal, siente culpa por el abandono. A Lautaro eso no le pasa, él no se siente mal, no tiene miedo. Juan toma el coraje que un hombre debe tener y vuelve a rescatar a su amigo como un príncipe rescataría a una doncella. Decide confesarle al papá de Lauti lo que ocurrió en verdad. Entonces, frente a frente, el hombre y el niño, la confesión en la boca del pequeño que viene a traer la verdad envuelta en valor y duda a la gran ceremonia del arrepentimiento... Lautaro sale corriendo del galpón con los cabellos revueltos y la ropa sucia, "entra en la habitación dispuesto a salvar a Juan a pesar de él mismo", con los ojos a punto de explotar en llanto dice que le picó una araña y llora, llora todo lo que puede, exageradamente, escandalosamente, como para hacer olvidar el vidrio roto, la cara triste, todo; menos el amor que crece en su corazón por Juan.

martes, 3 de marzo de 2009

EL POETA



El poeta vive en mí.
El poeta vive dentro de mí.
El poeta se sacude fuerte en mi derredor.
Mi derredor sos vos que estás leyendo.
El poeta se alimenta de mi muerte.
El poeta se justifica con mi sangre.
El poeta goza mis noches.
El poeta insulta mi nombre y mi carne.
El poeta impío me atormenta.
El poeta se inyecta en mis venas.
El poeta perturba mi calma.
El poeta exige felicidades que no tengo.
El poeta salta en el teclado de mi computador
haciéndose dueño de mi decena de dedos imprecisos.
El poeta se hace amigo de mi espera.
El poeta es enemigo de mis ansiedades.
Mi ansiedad tiene nombre y apellido.
Mi ansiedad bien lo sabe.