lunes, 19 de octubre de 2009

De cara frente al sol









Vuelvo pero ya no soy mismo.
Miro nuevamente de cara frente al sol
sin temor de quedar ciego.
He arrojado mis miedos y mis desesperaciones
al fondo mismo de sus ojos.
Vuelvo,
pero mi poesía como lápida viene a decir:
“Ya nunca seré el mismo
que amenazó una vez con florecer
como la primavera”.

He perdido...



















He perdido el viernes último,
la paz de todos los viernes venideros,
la razón de repetir: AMOR
así como se dice vida.
He perdido aquella tarde el sabor
de pretender soñar mañana.
Hoy soy, también yo,
un hombre triste solamente.

Detrás de mí


Y ya no era yo detrás de mí,
No era el joven iracundo
Ni el niño que peleaba para no morir.
Ya no estaba yo amenazado,
Tratando de salvar la inocencia,
Ni buscando en las calles
La cotidiana aventura de vivir.
Ni por error era yo,
Lejos de todo bien,
Cercano al mal me alimentaba de bronca.
La bronca es dulce,
Lo supe a los tres años
Y rica para escribir lo supe hoy.
Ya no había diestra que acariciara mi frente
Ni había labio que me buscara al dormir.
No era yo el hombre que escribía poesías,
No era el guardián de los secretos,
Ya no era el monaguillo,
No era ni siquiera bueno.
Había en un rincón de mí, una luz
Pero no hallaba la pobrecita dónde refractar,
No encontraba dónde descansar,
No había lugar más manso o menos rígido,
No había lugar.
Espacio me faltaba en el corazón,
Espacio me sobraba en los libros
Con hojas vestidas de espanto.
No era yo, yo duré un momento.
Lo demás solo fue alucinación.





Mi Sangre



En mi sangre se confunden la vida y la muerte,
Se provocan, se lamentan y se hierven.
Los rojos y los blancos de mi sangre se maltratan,
Se ofenden, se alimentan, se indigestan.
Mi sangre como agua de zanjón,
Nunca azul, más bordó que rojo, ahora verde para siempre,
Como agua podrida, estancada en las arterias
De mi genética y mi destino.
Mi sangre como un líquido venenoso y traidor,
Mi sangre coagulada, mi pobre sangre
Que poco a poco va dejando de llegar al cerebro
Y me somete a la vergüenza de no poder comprender
Ni siquiera quien soy.
Mi triste sangre golpea y duele
A la altura de mis muñecas en mis brazos
Y con las que no supe jugar.
Hace borbotones de tanta presión,
De tanta exactitud con la que no sé qué hacer,
Más que convertir en línea tras línea
Y con suerte en melodía
Un horror de sucesión de días que suman treinta años.