No había chimenea, no tejas que aislaran el frío o el calor, no rejas en las ventanas y al exterior, solo ligustrinas cada vez más brillantes, cada vez con más capacidad para cegar. La casa pintada de lila se veía como de cuento, pero no era un cuento. Adentro una historia macabra se desarrollaba con la misma tranquilidad aparente, de la mano de lo impune que tiene ese silencio familiar.
En la hoja que había sido blanca, era eso lo que el niño imaginaba pintar. En eso pensaba cuando sentado en su banco miraba su dibujo. La maestra vio una casa y su tranquilidad.
Jesús Navarro