Antes de ver salir el sol te estaré viendo salir de mi vida y ni el sol secará el llanto que te dedico con congoja de niño.
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Las páginas siempre serán del niño venido del mar, del niño-hombre que ha venido a colmarlo todo, hasta el tiempo de mi soledad, hasta mi resurrección de ahora; hasta mi mal de luego, el porvenir, donde dormido lo busqué en los pasillos del sueño y no lo pude ver… hasta este trueno detrás de éste relámpago.
Mi esfuerzo de no saltar al pasado, duele en mi cabeza su nombre.
Letra por letra de mi silencio lo llama. Él no regresa.
Ojala esté muy cómodo dondequiera que esté.
No creo que pueda huir tan lejos, que pueda esconderse tan debajo de la tierra
o que no vuelva a verme nunca por propia voluntad. Que seguimos ligados aún sin vernos y sin tratarnos nos entendemos.
Que sigo amándolo muerto, en esta muerte improvisada.
Que porque todavía lo amo lo sigue llorando mi obstinado grito enmudecido de dolor.
Jamás pensé que aquel al que paseé por mi pueblo me sacudiría hasta los huesos y haría luego de mi esqueleto polvo que soplaría el viento.
No creo que pueda el amor traerme olvido, no se olvida lo que se quiso tanto
ni tampoco aquello tan temido.
Buenos Aires no tiene mar, el mar que a él lo enamora y a mi me envenena.
Para permanecer juntos tendremos que cerrar los ojos y juntos soñar con aquello que queremos.
Mar del Plata que es lo que él quiere queda lejos.
Buenos Aires no tiene mar y mis mares no le alcanzan.
He conseguido navegar más de lo que
había pensado en primera instancia
y menos de lo que había soñado.
Lo encontré en el plenario de todas mis heridas.
Mi centro era una usina de desesperación.
Los cuentos que escribía con mi sangre no hablaban sino de pena y de dolor.
Las calles del norte parecían madamas de mi prostitución.
Me llaman Jesús, Jesús de Dios.
“Generalmente ando distraído, soñando, respondiendo a mis preguntas, algunas tan complicadas”.
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