Y me despierto en mi cama cada mañana.
El sol entra huérfano a mi derecha
y yo me protejo arrastrando mis sábanas al cuello
como cuando era muy pequeño
y mi terror era el señor "cabeza blanca".
Y digo gris y me lo creo
y soy ojos resistidos de tanta madrugada.
Pretende un hombre quitarme el dolor de la piel,
pero ese dolor con registro
en esas noches infinitas me alimenta.
Devoro como un perro hambriento
el pasado maldito de maldiciones repetidas
tantas veces como la aguja del segundero en el reloj
pasa por el doce en una hora.
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